Al lado de mi camita, el papel de la pared tiene pintada una casita de color rosa, con una ventana por la que asoma la cabeza un duendecillo.
Pues una noche, encogida yo al tamaño de 2cm de alto, se me ocurrió llamar a ver qué pasaba. Y el duendecillo, muy risueño él, me invitó a pasar. Tenía unos pastelitos que estaban...mmmm...de muerte.
Por la tele, estaban poniendo en las noticias a los dos jefazos del mundo "duendíl" que no paraban de discutir: ¡que si tú no haces más que tirar el dinero!, ¡que si tú no das trabajo a los duendecillos pobres! Un espectáculo penoso.
Pero no se ponían de acuerdo para solucionar los problemas. Entonces voy yo y le digo al duendecillo anfitrión que me llevara ante ellos.
Uno de los duendecillos jefes lucía una barbita espesa, el otro tenía las cejas super puntiagudas. Ambos presentaban un aspecto bastante peculiar.
Estuvimos hablando durante horas y por fin(porque yo ya me tenía que despertar), cabezotas de ellos, acordaron no reñir tanto y dedicarse más a cuidar de su pueblo.
Porque ya que los demás duendes les habían otorgado el poder supremo, lo menos que podían hacer era mirar por sus intereses con un poquillo más de delicadeza.
La vida está llena de duendes...
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